El cerebro es el órgano más egoísta del cuerpo. Tal vez se deba a que controla todas las funciones del organismo y el resto de los órganos están a su servicio. Este órgano consume, casi exclusivamente, glucosa, un tipo de azúcar que circula en la sangre y que le sirve como fuente de energía. Es tan prioritario para el cuerpo que es capaz de absorber glucosa de otros órganos con tal de mantenerse en funcionamiento. Aunque representa solo el 2 % del peso corporal, el cerebro consume alrededor del 20 % de la energía total del organismo (Padamsey & Rochefort, 2023). Está compuesto por unos 100 mil millones de neuronas, células que no pueden apagarse ni descansar: requieren energía constantemente.

Pero, ¿cómo llegamos a tener un cerebro tan demandante?

La alimentación impulsó la expansión cerebral

Hace entre 3.1 y 3.6 millones de años, el Australopithecus tenía un cerebro de apenas 450 cm³. Mucho después, hace unos 200 mil años, el Homo heidelbergensis alcanzaba los 1,100 cm³. Hoy, el cerebro humano moderno tiene un volumen promedio de 1,345 cm³ (Tattersall, 2023). Este aumento en tamaño se asocia con el desarrollo de funciones cognitivas cada vez más complejas. Un hito clave en esta evolución ocurrió en la cueva de Blombos, en Sudáfrica, donde se hallaron los restos más antiguos de una pintura y un grabado en piedra, con entre 75 mil y 100 mil años de antigüedad. Esto indica que, a medida que el cerebro crecía, también lo hacía la capacidad de pensamiento abstracto y simbólico. Este crecimiento cerebral implicó importantes cambios en la alimentación. Un cerebro más grande requiere más energía, por lo que la búsqueda de alimentos se orientó hacia opciones más eficientes. La carne aportaba proteínas, pero no era suficiente. El gran salto energético vino con la incorporación de raíces y tubérculos ricos en almidón, una molécula compuesta por cadenas de glucosa (Hardy et al., 2015). Esta combinación de glucosa, vegetal y carne permitió alimentar un cerebro cada vez más grande. Las neuronas, al comunicarse intensamente entre sí, demandan una gran cantidad de energía. Y mientras más conexiones hay, mayor es la capacidad de pensamiento... y mayor el consumo de glucosa.

La revolución agrícola: glucosa en abundancia

Hace unos 10 mil años, la humanidad dio un nuevo paso: desarrolló la agricultura. Esto permitió obtener glucosa de manera más eficiente al domesticar cereales como el maíz, el trigo y el arroz. Estos cultivos, junto con los tubérculos, se convirtieron en fuentes claves de energía cerebral. En México, el teosinte, ancestro del maíz, comenzó a domesticarse hace unos 9 mil años. Las primeras mazorcas aparecieron hace 5 mil años (Avise & Ayala, 2009). Estos alimentos fueron esenciales en el desarrollo de las civilizaciones mesoamericanas y en el fortalecimiento del intelecto humano.

El azúcar: del lujo al riesgo

La historia del azúcar refinado comenzó hace unos 2,500 años en Nueva Guinea, pero fue en la India donde se perfeccionó su refinación y se difundió hacia el resto del mundo. Por su sabor dulce y su capacidad de ofrecer energía instantánea, el azúcar se convirtió en un producto muy codiciado. En 1493, Cristóbal Colón introdujo la caña de azúcar en América, dando inicio a la llamada "revolución del azúcar". Su éxito económico trajo consigo una tragedia humana: entre 1501 y 1867, alrededor de 12 millones de africanos fueron esclavizados para trabajar en plantaciones de azúcar. El azúcar refinado transformó no solo la economía global, sino también los hábitos alimenticios. Su consumo excesivo ha contribuido al aumento de enfermedades metabólicas, adicción y problemas neurológicos. En 2016, la producción mundial de azúcar fue de 171 millones de toneladas, y la demanda llegó a los 174 millones. Esto se explica por el crecimiento poblacional, el aumento del poder adquisitivo y la popularidad de los alimentos ultraprocesados.

Glucosa en exceso: un arma de doble filo

Hoy, la glucosa abunda en productos ultraprocesados como refrescos, bebidas energéticas, yogures, dulces y panadería industrial. Esta sobrecarga de azúcar estimula al cerebro a liberar dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer, que puede generar adicción. Además, el exceso de glucosa favorece la formación de sustancias tóxicas como el beta amiloide, que se acumulan en las neuronas y contribuyen al desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, caracterizado por la pérdida progresiva de memoria. También se ha relacionado el consumo elevado de azúcar con menor capacidad de aprendizaje, ansiedad, depresión, diabetes tipo 2 y obesidad. Todos estos son factores de riesgo para padecer enfermedades cerebrovasculares.

Reflexionar sobre nuestro presente, aprendiendo del pasado

La evolución del cerebro y su necesidad de glucosa ocurrió durante millones de años, permitiendo adaptaciones progresivas. Sin embargo, la revolución agrícola y el auge del azúcar refinado son fenómenos muy recientes en términos evolutivos. Esta transformación rápida en la dieta humana supera la capacidad de adaptación del cerebro, y está vinculada al aumento de enfermedades metabólicas y neurológicas. En 2023, México produjo aproximadamente 4.5 millones de toneladas de azúcar, con un consumo per cápita de 35.7 kg por persona (de Miranda & Fonseca, 2020). Somos tanto productores como consumidores destacados. Cuidar nuestro cerebro hoy implica mirar hacia atrás. Comprender cómo llegamos hasta aquí puede ayudarnos a elegir mejor. La clave está en mantener una alimentación equilibrada, reducir el consumo de azúcares refinados y preferir fuentes naturales de energía como los cereales y las raíces.

Detalles del autor

  • Nombre(s): Eliut Pérez Sánchez /UATx
    Leticia Nicolás Toledo /UATx

Referencias
● Avise J, Ayala F. (2009). Seguimiento de las huellas de la domesticación del maíz y evidencia de un barrido selectivo masivo en el cromosoma 10. En Avise JC, Ayala FJ (Eds.), A la luz de la evolución: Volumen III: Dos siglos de Darwin. Washington, DC: Academia Nacional de Ciencias.

● de Miranda EE, Fonseca MF. (2020). Chapter 4 – Sugarcane: food production, energy, and environment. En Santos F, Rabelo SC, De Matos M, Eichler P (Eds.), Sugarcane Biorefinery, Technology and Perspectives (pp. 67–88). Academic Press.

● Hardy K, Brand-Miller J, Brown KD, Thomas MG, Copeland L. (2015). The importance of dietary carbohydrate in human evolution. The Quarterly Review of Biology, 90(3), 251–268. https://doi.org/10.1086/682587

● Padamsey Z, Rochefort NL. (2023). Paying the brain’s energy bill. Current Opinion in Neurobiology, 78, 102668. https://doi.org/10.1016/j.conb.2022.102668

● Tattersall I. (2023). Endocranial volumes and human evolution. F1000Research, 12, 565. https://doi.org/10.12688/f1000research.131636.1