A la percepción sensorial susceptible de mediciones, el hecho, le acompañan las estimaciones que hacemos, los valores. Perseguimos lo que es bueno y evitamos lo que es malo. Aunque es posible que se utilicen indistintamente, los valores pueden ser morales o éticos. Los morales arraigan en la obediencia; los éticos en la reflexión libre y el pensar por cuenta propia. Ciertamente, los valores no dejan de ser subjetivos.

El quehacer científico está cimentado en la objetividad de los hechos, lo que no implica la ausencia de valores. No es posible que las científicas y los científicos apartemos los valores ya que son parte integral de las personas que somos. El entrenamiento en los métodos científicos acota importantemente esa subjetividad y fortalece la objetividad requerida por la arquitectura experimental y la representación e interpretación de los datos obtenidos. Es la interacción con otros miembros de la comunidad científica la que moldea inicialmente una moral científica. Cuestionarla y contrastarla, en una reflexión libre, favorece una actitud y un comportamiento basado en la ética científica.

Quizá la ciencia contenga más subjetividad de la que asumimos. En disciplinas académicas diferentes hablamos de disruptores endocrinos, factores de riesgo, áreas naturales protegidas, neurodiversidad. Términos como esos aluden lo que evitamos o preferimos; dotan de una carga emocional a los hallazgos. Los integrantes de la comunidad científica elegimos la formación investigadora inspirados por experiencias placenteras, bien en las aulas, los libros, materiales audiovisuales; o displacenteras relacionadas con enfermedades, accidentes, pérdida de seres queridos, desastres naturales. Experiencias buenas o malas que motivan nuestro ingreso, desarrollo y permanencia en la comunidad científica; las mismas que nos llevan estudiar con detalle la naturaleza y a buscar aplicaciones que mejoren la calidad vida de seres humanos y otras especies.

El patrimonio ético de las personas que integran la comunidad científica favorece un entorno en que el conocimiento no aliente la discriminación, estigmatización y proliferación de estereotipos, entre otras situaciones que atenten contra los derechos humanos. La historia de la ciencia, aún la contemporánea, contiene capítulos en que la moral de un grupo social hegemónico justificó actos racistas, chovinistas, machistas, entre otros, con un aparente sustento en hallazgos científicos. Conviene recordar que, en el aspecto de la ética científica, como en otros aspectos de la ciencia, la fuerza radica en el colectivo y no en personajes que, con la certeza de una actuación ética no reparan en el daño que infringen a las personas y las instituciones, dentro y fuera de la comunidad científica.

Inspiración


Descubrí tardíamente la obra del Dr. Ruy Pérez Tamayo en el campo de la bioética y sus implicaciones en el fortalecimiento de la bioética en México. No tuve oportunidad de conocerle personalmente, pero encontré en su legado impreso y digital una inspiración enorme para buscar educación e intentar contribuir al desarrollo de la bioética. La muerte del Dr. Pérez Tamayo ha dejado un enorme vacío en la academia y la sociedad mexicana pero no detendrá el reclutamiento de vocaciones científicas en las siguientes generaciones, muchas de ellas, con certeza, en el ámbito de la bioética. El título de esta columna, Eethos, fue el primer concepto que aprendí en sus textos y conferencias.

Detalles del autor

  • Nombre(s): Francisco Castelán