En una noche fría y desolada, las sombras se alargaban en los rincones vacíos del laboratorio, mientras los ecos de la oscuridad susurraban entre las paredes.
Los pasillos del bioterio estaban sumidos en un silencio inquietante, mientras todos dormían en sus casas algo más se movía en la penumbra. Biciña, una rata con su pelaje blanco deambulaba nerviosa entre las jaulas de sus hermanos y hermanas. Sus ojos brillaban con el pánico contenido, como si sintiera la presencia de algo que no debía estar ahí.
La temperatura bajó abruptamente y el aire se volvió pesado, cargado con un hedor antiguo, como de carne podrida y flores marchitas. Biciña se detuvo de golpe, su pequeño cuerpo temblaba. Algo estaba observando, acechando desde las sombras más profundas. Una forma oscura y retorcida emergió, flotando entre las sombras como un espectro de pesadilla. Era la muerte, pero no la muerte tranquila que libera, era una entidad oscura, que se movía con un hambre sombría, acechando con ojos vacíos.
En el frío y silencioso laboratorio, Biciña miró a Xuna, la vieja rata, que con ojos cansados pero llenos de sabiduría, había sobrevivido a muchos inviernos en aquel lugar. Biciña, aún temblaba por la presencia de la muerte que había sentido antes, pero las palabras de Xuna calaron hondo en su pequeño corazón.
—Así como el Día de Muertos nos recuerda la conexión entre la vida y la muerte, — dijo Xuna— nosotras, las ratas de laboratorio, también formamos parte de ese ciclo. Nuestro sacrificio contribuye al avance del conocimiento científico, y aunque nuestras vidas sean cortas, lo que damos ayuda a la humanidad a vivir mejor.
Biciña, antes llena de miedo y duda, finalmente comprendió y aceptó su destino, sabiendo que su sacrificio transformaría vidas y salvaría a personas que nunca conocerán su nombre.
Detalles del autor
- Nombre(s):
Berenice Téllez Angulo