El siglo XXI se ha caracterizado por un importante desarrollo tecnológico en comunicación digital, lo que paradójicamente ha disminuido las relaciones familiares, fomentando la individualidad y el autoaislamiento. Así, se podría pensar que los seres humanos estamos preparados para el confinamiento; sin embargo, la pandemia por la Covid-19 nos mostró lo estresante que es estar confinado en casa por un largo periodo de tiempo.
El confinamiento, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, es obligar a alguien a permanecer en un lugar o encerrarlo en él. En general, esta acción tiene efectos estresantes que activan circuitos nerviosos que aumentan la producción de cortisol. Esta hormona es producida por unas glándulas que se encuentran adosadas a los riñones, glándulas suprarrenales, y es considerada como indicador de estrés. Existen estudios que muestran que el confinamiento y el aislamiento extremo aumentan los niveles de cortisol y a largo plazo producen problemas psicológicos y conductuales, e incluso cambios estructurales del cerebro. Si bien estos estudios tratan de conocer el efecto del confinamiento y asilamiento crónico que sufren algunas personas con trabajos especiales, como los astronautas, problemas similares pudieron presentar ancianos confinados en asilos, los cuales limitaron estrictamente la interacción entre las personas con el fin de reducir al máximo la dispersión del virus SARS-CoV-2 que produce la Covid-19.
Los adultos-mayores que no se encontraban en asilos también fueron afectados. Al ser uno de los grupos más vulnerables a la Covid-19, su confinamiento fue estricto. A pesar del miedo constante de contagiarse a estas personas les resultó muy difícil aceptar la restricción de salir de casa, pues el confinamiento les generaba angustia, ansiedad, estrés, sensación de pérdida de libertad y depresión. En edad avanzada, la resiliencia está disminuida (capacidad de superar circunstancias estresantes), quizá por ello en varios países los adultos mayores desobedecieron la restricción de quedarse en casa.
Otro efecto adverso del confinamiento fue el hacinamiento familiar, esto es el exceso de individuos en un área determinada. En nuestro país, la estructura familiar incluye, en muchos casos, a los abuelos, padres, hijos y nietos, todos ellos viviendo en espacios reducidos. En varios casos, las viviendas consisten en pequeños departamentos que no poseen habitaciones suficientes para los integrantes de la familia ni la privacidad o el espacio mínimo recomendado para cada individuo. Tan sólo para los presos, el Comité Europeo para la Prevención de Tortura y de las Penas o Tratos Inhumanos considera que un espacio satisfactorio para un individuo adulto debe ser de al menos 8-9 m2.
En condiciones previas a la pandemia, las pequeñas viviendas pueden no ser estresantes pues los integrantes de la familia no se encuentran juntos las 24 horas del día. Sin embargo, durante el confinamiento por la Covid-19 fue obligada la convivencia diaria de todos los integrantes de la familia, lo que generó hacinamiento y con ello descontento y estrés. Todo ello favoreció ambientes familiares hostiles, conductas agresivas y violencia doméstica. De hecho, en el periodo de mayor confinamiento aumentaron las llamadas a los servicios de emergencia del país denunciando violencia doméstica. Otro efecto adverso del hacinamiento es que favorece la propagación de enfermedades infecciosas y parasitarias, es probable que en ese periodo también aumentara ese tipo de problemas de salud pública.
Otro problema de salud asociado al confinamiento es el sobrepeso. Durante el confinamiento, los niños y jóvenes acostumbrados a salir a la calle para ir a la escuela, al parque o para jugar con los amigos se quedaron horas frente a la televisión o a la computadora, por lo que cursaron largos periodos de inactividad física que favoreció el sobrepeso. Si de por sí nuestro país ocupa el primer lugar en sobrepeso infantil, la pandemia pudo acentuar esta situación, con posibilidad de que haya repercusiones a largo plazo en su metabolismo. Esto basado en que estudios de laboratorio muestran que los animales juveniles que son estresados por hacinamiento presentan a largo plazo enfermedades metabólicas y conductuales. En los seres humanos, el estrés también está asociado a dolor de cabeza, enfermedades cardiovasculares y desórdenes gastrointestinales. En condiciones crónicas, el estrés produce ansiedad, conductas agresivas y depresión, y trastornos mentales que es necesario analizar si aún se encuentran incrementados en nuestra sociedad como efectos secundarios de la pandemia de la Covid-19.
Ahora que el confinamiento ha terminado y tenemos la oportunidad de regresar a la calle es importante recordar que la biología del ser humano está diseñada para interactuar con otras personas y con su medio ambiente. Nuestro sistema nervioso recibe información de los estímulos físicos que nos rodean y responde a ellos liberando sustancias químicas que permiten la comunicación nerviosa, algunas de ellas son factores tróficos que regulan la supervivencia de las neuronas. La interacción con áreas naturales verdes no nos es agradable para la vista, pero también disminuyen el estrés y mejoran la salud mental. Así mismo, el ejercicio y la interacción social y ambiental activan circuitos nerviosos que generan bienestar. El ejercicio físico también fortalece la memoria y el aprendizaje. Por todo ello, disfrutemos de la vida con actividades que contribuyan a una mejor salud física y mental.
Detalles del autor
- Nombre(s):
Yolanda Cruz
Rosa Angélica Lucio
Margarita Juárez
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