En los mamíferos, la naturaleza de los cuidados que brinda la madre a sus crías recién nacidas, como la alimentación con su leche (amamantamiento), y la protección contra otros elementos que pongan en riesgo su vida, como las inclemencias del tiempo o la defensa de otros animales potencialmente peligrosos, están relacionados con el grado de desarrollo de la cría al nacimiento, de la estructura social, de la especie y de su ecología.

Las hembras de algunas especies como la coneja o la rata tienen crías que nacen ciegas, sordas, sin pelo y no se pueden desplazar por sí mismas. Las futuras madres deben por tanto construir un nido donde cuidarán y amamantarán por igual a todas las crías. Otras especies como las borregas, chivas o vacas, no construyen nidos. Por el contrario, sus crías nacen con los sentidos bien desarrollados, cubiertas de lana o pelo y se desplazan por ellas mismas. Además, la madre es capaz de reconocer a su cría de otras y establece con ella un lazo filial único que garantiza su cuidado y alimentación en forma exclusiva. Para que esta relación suceda deben ocurrir una serie de cambios internos en la futura madre, pero también en las relaciones que tiene con su grupo social.

La finalidad de los cuidados maternales es garantizar el amamantamiento de las crías porque es la única fuente de alimento a la que tienen acceso en las primeras etapas de su vida, garantizando así su sobrevivencia (González-Mariscal y Poindron, 2002).

¿Cómo y cuándo aparece la maternidad?

En el caso particular de las borregas, la maternidad comienza antes del nacimiento de la cría y es un estado temporal asociado estrictamente a los cambios internos que se dan al final de la preñez y con el alumbramiento. Esta característica difiere de otras especies como la rata, en la cual una hembra no preñada puede brindar cuidados a las crías nacidas de otra.

¿Cambian las relaciones sociales durante la maternidad?

La borrega busca en forma activa un lugar apartado donde pueda nacer su cría con tranquilidad con la finalidad de proporcionarle cuidados y alimentación exclusiva, sin la intervención de otros animales.

La observación de la conducta de aislamiento del rebaño es el primer cambio y uno de los más importantes para favorecer que la borrega se convierta en madre. En diferentes especies de borregas silvestres y domésticas de diferentes razas se han observado circunstancias de crianza en praderas, potreros o en espacios pequeños como corrales. Más aún, en las granjas, cuando se les proporciona pequeños corrales o cobertizos, las borregas se introducen ellas mismas algunas horas antes del nacimiento de su cría. Esta conducta es sorprendente porque ellas viven en grupos considerados socialmente muy estrechos y cuando alguno de sus miembros es separado de sus compañeros responden fuertemente con signos de angustia o agitación.

La gran agitación que muestran estos animales incluye el aumento en la emisión de balidos (llamadas para encontrar a su rebaño), de las conductas eliminativas como son orinar y defecar, e intentará saltar y correr para tratar de volver a reunirse con su grupo.

En estudios conducidos con borregas no preñadas o en diferente etapa de preñez que fueron aisladas en forma individual dentro de un pequeño corral, en el cual podían ver, oír y olfatear al resto de sus compañeras de grupo que se encontraban fuera del corral, se observó que su grado de agitación no se alteró. Por el contrario, cuando la borrega se quedó sola y se retiraron sus compañeras, la respuesta de agitación aumentó. Finalmente, en las borregas próximas al parto, la respuesta por la separación social fue muy baja.

La disminución de la respuesta a la separación social explica la razón por la que una borrega se puede aislar cuando nace su cría, sin angustiarse porque no están presentes sus compañeras de grupo. Más aún, la disminución de los lazos sociales con sus compañeras se mantiene durante las primeras semanas del amamantamiento de la cría. Esta particularidad tiene un alto valor adaptativo para la especie porque permite que la oveja centre sus cuidados y atención en la cría para su sobrevivencia (Soto et al., 2021).

En las primeras etapas del alumbramiento, la borrega rompe la llamada bolsa de aguas, que es la parte de la placenta donde se desarrolló la cría. Los líquidos contenidos en la misma son muy atractivos para la futura madre, por lo cual los consume ávidamente aun antes de que haya nacido la cría que también nace cubierta con estos líquidos placentarios, por lo que la nueva madre continúa consumiendolos, pero ahora lo hace sobre el recién nacido. Por un lado, esta acción permite la limpieza y secado del recién nacido; y, por otro, promueve la memorización del olor específico que despide, lo que la llevará a alimentarlo en forma exclusiva e impedirá con amenazas y golpes, que otras crías puedan amamantarse de ella. A esta conducta de reconocimiento olfativo de su cría propia se le conoce como selectividad materna, aunque posteriormente también es capaz de reconocerla a distancia, por medio de otros sentidos como el oído y la visión (Levy, et al., 1996).

La otra característica del perfil maternal de la borrega alrededor del nacimiento de su cría es el poco interés que ésta tiene por aparearse con el macho, no obstante que existen las condiciones internas en la borrega para que presente celo y lo haga. Esta condición también es distintiva de esta especie y es diferente de lo que sucede en otras hembras como la yegua o la cerda, las cuales inmediatamente después del alumbramiento presentan un celo para atraer al macho, quedar nuevamente preñada y así reanudar su ciclo reproductivo. La ausencia de interés sexual de la borrega hacia el macho también contribuye a facilitar la vinculación filial entre la madre y la cría sin perturbaciones o distracciones por el macho.

¿Qué pasa internamente para que la oveja pueda cambiar y convertirse en una madre?

En una primera etapa, la aparición espontánea del comportamiento maternal en la borrega se activa por la disminución de la progesterona, la hormona que mantiene la gestación y elevación de los estrógenos, hormonas que inician el parto. La cría también participa en la activación de la maternidad de su madre estimulando con una fuerte presión los órganos del vientre materno, por ejemplo la matriz, y pueda nacer. Esta acción se conoce como Reflejo de Ferguson o Estímulo Cervico-Vaginal (ECV) y desencadena en el cerebro de la nueva madre la liberación de oxitocina, un mensajero químico que envía señales para promover los cuidados y el amamantamiento del recién nacido, o la noradrenalina, que activa zonas cerebrales encargadas de la memoria. Esto último, promueve el aprendizaje del olor que emite su cría en las primeras dos horas posteriores al nacimiento para su alimentación y cuidados exclusivos (Levy et al., 1996).

Los hechos anteriores se demostraron a través de una serie de experimentos muy interesantes, realizados en el siglo pasado, los cuales consisten en simular las condiciones por las que pasa una borrega durante el alumbramiento, pero en borregas no preñadas que recibieron tratamientos con progesterona y estrógenos, mas la estimulación en forma artificial de las paredes del aparato reproductor, similar a lo que ocurre durante el nacimiento de la cría. Al finalizar estos tratamientos se les presentaba una cría recién nacida. Estas hembras no embarazadas la limpiaron, realizaron vocalizaciones maternales y una buena proporción mostró la posición característica de amamantamiento (Poindron y Le Neindre, 1980; Kendrick y Keverne, 1991).

La disminución de la respuesta al aislamiento social de sus compañeras de grupo y la ausencia de receptividad sexual, que son parte de la maternidad en la borrega, también se reproducen cuando se utilizan estos protocolos experimentales (Soto et al., 2021).

Finalmente, los resultados antes expuestos muestran cuánto puede cambiar una borrega hembra para dedicarse solo a su cría, sin distracciones sociales como seguir a sus compañeras o aparearse con el macho.

Detalles del autor

  • Nombre(s):
    1,2 Rosalba Soto González*

    1. Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán. UNAM.
    2. Estudiante del doctorado en biología. CTBC. UATx. rsoto@cuautitlan.unam.mx

Bibliografía
González-Mariscal, G., Poindron, P. 2002. Hormones, Brain and Behavior, vol. 1. Elsevier Ed. San Diego. pp. 215-298.

Kendrick, K.M., Keverne, E.B., 1991. Physiol. Behav. 49, 745–750. https://doi.org/10.1016/0031-9384(91)90313-D.

Lévy, F., Kendrick, K. M., Keverne, E. B., Porter, R.H., Romeyer, A. (1996). Adv Study. Behav. 25, 385-422.

Poindron, P., Lévy, F., Krehbiel, D., 1988. Psychoneuroendocrinology. 13(1-2):99-125. https://doi.org/10.1016/0306-4530(88)90009-1.

Soto, R., Terrazas, G., Poindron, P., González-Mariscal, G. 2021. Horm. Behav. 136. 105061. https://doi.org/https://doi.org/10.1016/j.yhbeh.2021.105061.